Cuando hablamos de transformación, de superación, de crecimiento; de cómo ir desprendiéndonos, a medida que avanzamos en nuestras vidas, de los temores e inseguridades que insisten en soplar sobre la llama que se esfuerza por brillar en cada uno de nosotros, jamás debemos olvidarnos (si es que de verdad nos proponemos alcanzar nuestro objetivo) de invocar las palabras de poder humildad y perseverancia.
En contra de lo que la lógica se aventura a aconsejarnos, son los pequeños gestos que amplían nuestros límites, alentados por la voz de nuestra constancia, los más certeros a la hora de generar cambios en nuestras vidas que sean, no solo profundos, sino, además, auténticos y duraderos.
En otras palabras: resultará más eficaz ─para hacer llegar nuestros pasos al destino que nos marquemos─ la estrategia de afrontar nuestro camino desde el propósito de poner un pie delante del otro cada vez, que pretender avanzar dando enormes zancadas que nos desgasten con rapidez y que consuman las reservas de energía que, con seguridad, necesitaremos para continuar en movimiento.
Lo humilde en lo inmenso
Nuestro redondeado hogar verde y azul posee la maestría de este arte, y lleva transmitiéndonosla durante miles de millones de años al mismo tiempo que logra mantenerse a flote, como un globo ungido de vida, en su travesía por la inmensidad.
Cada ola, cada helada y cada rayo de sol, cada riachuelo o ráfaga de viento, por minúsculas que puedan parecer sus pisadas, dejan tras de sí sutiles diferencias en el paisaje, imperceptibles a corto plazo, que se erigen con el paso del tiempo en sobrecogedoras esculturas naturales capaces de dejarnos sin respiración cuando nos detenemos a contemplar la forma en la que nacieron o cuando tratamos de imaginar las manos invisibles que intervinieron en el minucioso proceso que abarca su creación.
Y lo más prodigioso: cada una de estas colosales obras que adornan la piel del planeta sigue aún transformándose fuera del alcance de nuestros ojos y orquestando, de manera inaudible, casi en un susurro, la forma que la vida irá tomando para adaptarse y permanecer aferrada a su corteza.
No nos queda más remedio que rendirnos ante la idea de que en algo hemos de parecernos al lugar que nos ha gestado y dado a luz.
Digo yo que algo habremos heredado, y que toda esa sabiduría, recolectada durante eones únicamente a base de perseverancia en las cosas humildes, debe vivir dentro de nosotros adherida a cada partícula del barro a partir del cual hemos sido moldeados e insuflados con conciencia.
En algún rincón de nuestro ser debe descansar, como chispa que duerme dentro de un guijarro, a la espera de ser revelada.
Lo cierto es que solo podemos despertar lo grande que mora en nosotros dejando caer nuestras rodillas al suelo ante la inmensidad de la que provenimos y dejándonos conmover por ella.
Practicando el Arte de la Transformación
Por eso, si aspiras a ser un maestro del arte de la transformación pero tu corazón se siente desanimado al no observar ningún cambio a su alrededor después de todos tus intentos, escarba un poco en tu memoria para encontrar las diferencias entre quien eras hace unos años y quien eres ahora.
¿En qué pequeñas acciones has perseverado, consciente o inconscientemente, que te han traído hasta aquí?
¿Qué paso puedes dar ahora, por insignificante que pueda parecer, que te acerque un poco a la cima que deseas coronar?
Planteándote estos interrogantes, ya estás dando tu primer paso al despejar el camino que se extiende frente a ti. Lo siguiente es no rendirte si no encuentras las respuestas de inmediato.
Insiste. Persevera.
Lo que necesitas saber siempre ha formado parte de ti y de todo cuanto te rodea. Te habla desde todas partes, si aprendes a escuchar, y te invita, como señala el poeta, a encontrar en las olas, en las hojas o el viento la sabiduría acumulada de miles de millones de instantes de perfeccionamiento en el arte de la transformación.
En contra de lo que la lógica se aventura a aconsejarnos, son los pequeños gestos que amplían nuestros límites, alentados por la voz de nuestra constancia, los más certeros a la hora de generar cambios en nuestras vidas que sean, no solo profundos, sino, además, auténticos y duraderos.
«Repetición no es fracaso. Pregunta a las olas; pregunta a las hojas; pregunta al viento».
Mark Nepo
Lo humilde en lo inmenso
Nuestro redondeado hogar verde y azul posee la maestría de este arte, y lleva transmitiéndonosla durante miles de millones de años al mismo tiempo que logra mantenerse a flote, como un globo ungido de vida, en su travesía por la inmensidad.
Cada ola, cada helada y cada rayo de sol, cada riachuelo o ráfaga de viento, por minúsculas que puedan parecer sus pisadas, dejan tras de sí sutiles diferencias en el paisaje, imperceptibles a corto plazo, que se erigen con el paso del tiempo en sobrecogedoras esculturas naturales capaces de dejarnos sin respiración cuando nos detenemos a contemplar la forma en la que nacieron o cuando tratamos de imaginar las manos invisibles que intervinieron en el minucioso proceso que abarca su creación.
Y lo más prodigioso: cada una de estas colosales obras que adornan la piel del planeta sigue aún transformándose fuera del alcance de nuestros ojos y orquestando, de manera inaudible, casi en un susurro, la forma que la vida irá tomando para adaptarse y permanecer aferrada a su corteza.
No nos queda más remedio que rendirnos ante la idea de que en algo hemos de parecernos al lugar que nos ha gestado y dado a luz.
Digo yo que algo habremos heredado, y que toda esa sabiduría, recolectada durante eones únicamente a base de perseverancia en las cosas humildes, debe vivir dentro de nosotros adherida a cada partícula del barro a partir del cual hemos sido moldeados e insuflados con conciencia.
En algún rincón de nuestro ser debe descansar, como chispa que duerme dentro de un guijarro, a la espera de ser revelada.
Lo cierto es que solo podemos despertar lo grande que mora en nosotros dejando caer nuestras rodillas al suelo ante la inmensidad de la que provenimos y dejándonos conmover por ella.
Practicando el Arte de la Transformación
Por eso, si aspiras a ser un maestro del arte de la transformación pero tu corazón se siente desanimado al no observar ningún cambio a su alrededor después de todos tus intentos, escarba un poco en tu memoria para encontrar las diferencias entre quien eras hace unos años y quien eres ahora.
¿En qué pequeñas acciones has perseverado, consciente o inconscientemente, que te han traído hasta aquí?
¿Qué paso puedes dar ahora, por insignificante que pueda parecer, que te acerque un poco a la cima que deseas coronar?
Planteándote estos interrogantes, ya estás dando tu primer paso al despejar el camino que se extiende frente a ti. Lo siguiente es no rendirte si no encuentras las respuestas de inmediato.
Insiste. Persevera.
Lo que necesitas saber siempre ha formado parte de ti y de todo cuanto te rodea. Te habla desde todas partes, si aprendes a escuchar, y te invita, como señala el poeta, a encontrar en las olas, en las hojas o el viento la sabiduría acumulada de miles de millones de instantes de perfeccionamiento en el arte de la transformación.
«Un gran golpe es un golpe pequeño que siguió golpeando».
Zig Ziglar